Estudié psicología , y como he podido comprobar con el tiempo, lo hice como una mayoría de estudiantes de una forma inconsciente, para buscar una salida, una explicación o comprensión a mi sensación de inseguridad, infelicidad o sufrimiento, aunque esa búsqueda estuvo siempre acompañada por el firme convencimiento de querer ayudar a los demás. En la carrera, aprendí básicamente, a través de las clases universitarias a entender al ser humano de una forma cognitiva: la conducta del ser humano y su sufrimiento y su potencial, su curación, radicaba en la mente y también con gran convencimiento, lo creí. Asimismo, aprendí que existen otras formas de entender al ser humano, lo que se ha denominado la psicología humanista, el Psicoanálisis, la Guestalt, etc… que al no ser consideradas científicas, poco a poco fueron apartadas del planteamiento formativo de la Universidad, aunque comprobé con estupor que en otras Universidades del mundo si estaban contempladas como material formativo. Y decidí aprender también sobre esas escuelas apuntándome a todos los cursos y dinámicas que se pusieron a mi alcance. Tuve la gran suerte de encontrar trabajo como Psicólogo nada más acabar mi formación y estrené el Título sin tener más que un resguardo oficial, tratando con personas con discapacidad psíquica ligera y con enfermos mentales, en un Centro al que le debo mucho más de lo se puede expresar en un texto como este, aprendí muchísimo, apasionadamente, con entusiasmo y con una gran falta de límites. Con gran esfuerzo y entrega conseguí un status aceptable como psicólogo terapeuta implicado en ayudar a los demás. Viví unos años de mucho trabajo y dedicación que me hicieron creer que había superado lo que voy a denominar, porque así lo creí en su momento, mis inseguridades y miedos. No obstante, a pesar de creer que el saber, que las ideas y el pensamiento estaban por encima del mundo emocional,algo ocurrió que hizo que se tambaleara esa creencia,y que reabrió una vieja herida en relación con la muerte, pues mi padre había muerto cuando yo era niño, en esa época, un hermano muy querido murió muy joven y por las mismas causas que mi padre, el corazón. Se despertó en mi una descontrolada ansiedad, angustia aguda acompañada de crisis de pánico, que hicieron temblar mis cimientos, y me di cuenta de que lo que yo sabía no era suficiente para aliviar mi angustia, y busqué ayuda de distintos tipos de terapias, cognitivas, analíticas, etc… y ninguna me ellas, aunque no puedo negar que de algo me sirvieron, acababan de liberarme de mi ansiedad… Y por azar, o por eliminación, comencé una terapia dirigida al cuerpo, la Terapia Morfoanalítica basada en el método Meziérès, en la respiración consciente y en soltar tensiones crónicas mantenidas en el cuerpo y las emociones que las acompañan. A partir de ahí comencé a sentirme mejor, mucho mejor, cambie los parámetros de mi vida profesional y a nivel personal también, puesto que me casé y tuve un hijo, tomando una decisión consciente: estar en la vida desde la VIDA. Esto solo fue el inicio de mi búsqueda, puesto que me hizo ser consciente de que todo lo que sabía, aquello que había sido mi convencimiento personal y profesional tan solo era una parte, mínima e insuficiente, y la mente, que hasta ese momento había ocupado el lugar principal en el camino hacia la realización personal, la terapia y el bienestar, paso a quedar en cuarentena. El Cuerpo, desde ese momento se convirtió en el objetivo, y en la búsqueda, por lo que decidí hacer la formación en la Terapia Morfoanalítica y me embarqué tres años en tomar el cuerpo, en tenerlo en cuenta y en observar los cambios. Pasé un tiempo buceando en mi pasado y comprendindo los procesos vividos desde mi infancia, mi nacimiento e incluso mi gestación contemplando vías de acceso que para mí nunca han podido volver a disociarse o separarse, la respiración, el cuerpo consciente y las emociones. Desde aquí tengo que agradecer al creador de esta Técnica, Serge Peirot, alumno de Mme. Meziérès, su gran labor de síntesis, su conocimiento del cuerpo y su presencia, pero sobre todo tengo que agradecerle el que me enseñara a recibir y a dar un abrazo.
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El Método Meziérès abrió en mi una inquietud insaciable por seguir buscando desde el cuerpo y así después de un tiempo encontré otra de las formaciones que en España se daban sobre el Método: la Diafreoterapia y la hice, y aprendí mucho sobre el cuerpo, observando como cambiaba mi postura física, mi eje, aprendí sobre la musculatura, sobre Alexander Lowen, sobre los grupos y sobre la humildad, gracias a Malen Cicerol y Linda Jent. Desde principios de los años noventa, me dediqué por entero a la Psicología Clínica y el cuerpo se convirtió, desde mi perspectiva profesional, en una condición “sine qua non”, para abordar la ayuda, la terapia o el acompañamiento de las personas que acudieron a mi consulta. Acudía gente a mi consulta que pretendía trabajar cognitivamente, hablando, me decían, a la que le respondía que, humildemente yo no sabia hacerlo y que había profesionales muy preparados para hacerlo así y que no tan humildemente, el cuerpo era , según mi opinión, la vía más completa, más directa y más económica para la resolución de ciertos conflictos. Muchos de estos conflictos eran considerados psicológicos, pero siempre iban acompañados de síntomas corporales relacionados a los que no se les había dado el lugar y la importancia que reclamaban. Uno de los cursos que después de acabar la carrera de psicología había tenido la oportunidad de realizar fue de Terapia Familiar Sistémica, que me ayudó mucho en mi planteamiento terapéutico con las personas con minusvalía psíquica o enfermedad mental, pero que, aunque me caló tan hondo que creo que cambió mi forma de plantear mi trabajo, lo fuí abandonando como método de trabajo cuando me dediqué a la práctica clínica a nivel individual. A principio de los años dos mil, un par de amigos entrañables, camaradas y compañeros de búsqueda, y formados en la TFS me hablaron muy vívidamente de una experiencia relacionada con las Constelaciones Familiares, y después de un tiempo decidí hacer un taller de fin de semana. Esta decisión fue tomada por un tema personal, puesto que mi matrimonio estaba pasando un periodo de enquistamiento doloroso, y tan pronto como lo decidí, fuí milagrosamente invitado a participar en un Taller de Constelaciones con el argumento que faltaban hombres para completar la dinámica. Me presenté sin conocer prácticamente nada sobre la técnica y obviamente, dada la falta de hombres en el grupo, participé desde el primer momento puesto que fuí elegido representante como padre de una persona que quería tratar algo relacionado con sus progenitores. Con la embriaguez y el pudor de estar en grupo y con el desconocimiento de lo que era lo que se tenía que hacer, me encontré en el centro de un grupo de personas avergonzado, incómodo y desconectado de la persona que hacia de representante de la madre y por lo tanto de mi mujer en la representación y con un dolor de piernas que estaba a punto de tumbarme. Y después de preguntarme la terapeuta varias veces lo que sentía y sin poder ponerle lógica a lo que me sucedía, dije:“Me duelen las piernas y no tengo nada que ver con esta mujer”. La persona para la cual se estaba realizando la representación empezó a llorar, diciendoo que su padre era paralítico y que tenía muchos problemas de relación con su madre… Sin poder dar crédito a lo que estaba viviendo y con los límites borrosos entre lo que sentía y lo que representaba entré de lleno en las Constelaciones Familiares, siendo durante el fin de semana, representante de todos los personajes hombres, vivos o muertos de lo que se considera un grupo familiar: hijo, aborto, padre, hermano, novio, marido, abuelo, perpetrador, víctima, etc… Por azar, o por destino, aunque se cuestione su existencia, tropecé con las Constelaciones Familiares y su impacto quedó tan grabado en mí que decidí investigar, buscar cual era el secreto que hacía que se evidenciara con tanta rapidez, en varios minutos y con tanta rotundidad, una serie de conflictos que en la consulta podrían tardar años en ser tratados, por pudor, inconsciencia o miedo del cliente y del terapeuta. Busque este secreto y descubrí que no la había, mi mente se negaba a reconocer las evidencias del inconsciente colectivo familiar, el inconsciente trangeneracional, me costó reconocer lo que es, y seguí apuntandome a todos los talleres de Constelaciones que pude, que fueron muchos, hasta que decidí formarme como Constelador. Empezé un curso dirigido por Peter Bourquin, al que guardo un agradecimiento y una estima profundos, muy rico en contenidos, que significó un centrifugado emocional para mí y donde descubrí el verdadero contenido y la existencia de los Órdenes del Amor. No solo no había secretos en las Constelaciones sino que pude constatar que existe un orden al que se puede acceder, en el amor, en la vida y que ese orden es, sin duda, una reparación, y esto fue uno de los grandes ejes que hizo que me replanteara la práctica clínica en mi trabajo. Buscaba el secreto y encontré comprensión, buscaba técnicas y aprendí sobre la transcendencia del ser humano: en mi proceso de integración de mi insconsciente había partido del presente, revisado lo recordado, vivienciado aquello que está antes de lo recordado y que formaba parte de mi hasta el nacimiento, la gestación y en este momento lo transgeneracional también pasó a tener un sentido, abriéndo un campo cada vez más amplio y comprensivo de la vida de las personas.
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Como ya he dicho, la presencia del cuerpo en el trabajo terapéutico ya no podía ser cuestionada y yo no podía entender la terapia a nivel individual sin esa presencia, pero el cómo articular un planteamiento que se presenta en su formato como grupal, las Constelaciones, era una cuestión que todavía no sabia como resolver para poder aplicarla. En todos los talleres de Constelaciones que realicé a lo largo de más de tres años, estuve intentando que me escogieran para constelar, es decir, para tratar “mi tema”. Como es habitual en las Constelaciones, los asistentes que tienen algún tema que tratar levantan la mano , yo lo hacía, levantaba la mano cuando preguntaban los facilitadores quién quería constelar y, taller tras taller, levantaba la mano y siempre había otra prioridad, no fuí elegido, lo intentaba con frustración, impotencia y cierto enfado en algún momento, pero no ocurrió hasta el final de la formación.
No tenía la oportunidad de tratar “mi tema”, aunque obviamente fui elegido como representante muchísimas veces, y pude comprobar que, a través de una especie de mundo simbólico, yo iba generando mis propias constelaciones al comprobar que todos estamos en lo mismo, que el material desarrollado de las emociones familiares era compartido por la mayoría. Se trata de algo así como arquetipos universales, la familia, sus relaciones y sus desórdenes, así iban apareciendo situaciones similares, o al menos las emociones que las acompañaban, que las podía sentir como mías, y en su esencia, parecidas a las que yo podía haber vivido en mi vida.
De esta manera, empecé a generar instrucciones al mundo simbólico de mis cliente para llevar los Órdenes del Amor a las sesiones y observe con asombro que, al igual que había hecho yo, visualizando y entrando en las emociones contenidas, lo podían hacer mis clientes y de esta forma incluí este método de trabajo en mi quehacer terapéutico cotidiano. Lo hacía incluyendo el cuerpo, y comprobé que, después de realizar los estiramientos corporales las personas son más capaces de contactar consigo mismas y con su mundo simbólico.
Yo hablaba del Eje Central al considerar la sensación liberar el peso de la espalda, eso se hacía con el Método Meziers, con la columna en eje en suelo, y poco a poco fui integrando esa sensación de haberse quitado un peso, de levedad y ligereza que los clientes sentían al colocar en orden algún asunto, la relación con algún miembro de su familia, etc. Lo llame poner la voz al síntoma, y poco a poco fue tomando cuerpo... hasta llegar a esto que ahora comparto. No quisiera excluir a grandes personas que también han contribuido a mi crecimiento personal desde el planteamiento que estoy intentando compartir con este relato autobiográfico, por lo que tengo que nombrarlas: -Rafael Mateu, psicólogo y místico, y un gran ser humano, del cual aprendí mucho sobre el amor universal.
-Jean Lescoufflaire, terapeuta de Psicosíntesis, que me ayudó a comprobar que es posible trabajar en psicoterapia dándole un lugar a la transcendencia del ser humano. -Paloma Cavanillas, médica y osteópata y muchas cosas más, amiga profunda, que me acompañó desde muchas perspectivas y técnicas, y de quien aprendí a integrar todo lo que aparece en la sesión como algo que tiene que ver con el aquí ahora.
-Manuel Folch, autodidacta solitario e intuitivo, amigo que me hizo contactar con la salud y me hizo ver con estupor que los circuitos de energía están objetivados y son objetivables en un pantalla, a través de la bioenergía.
-Elena Guerrero, psicóloga, terapeuta bioenergética y una gran amiga que me enseño entre otras muchas cosas, a mantener pulcro el encuadre de las sesiones.
-Paloma Gómez, médica naturista iridióloga, intuitiva, inquieta y buscadora que me apoyó y me ayudó a entender como las emociones se quedan en el cuerpo.
-Mike Boxhall, cuya forma de estar, de integrarlo todo, es un modelo; desde la quietud y la presencia, se dedica a enseñar a “confiar”, a ampliar la consciencia.
-A todas y cada una de las personas que han acudido a mi consulta, muchas, de las que he aprendido, comprendido, intuido, acompañado, reordenándome a mi mismo, gracias a todas, también a aquellas para las cuales el proceso no fue el esperado y me lo hicieron saber de una forma u otra. Todas han sido mis verdaderas maestras en la práctica. Si la terapia , como afirma Peter Bouquin puede ser considerada como la inclusión de algo o alguien que había sido excluido, yo, que asiento a esta afirmación, digo que es lo mismo en la vida y en este momento sigo en proceso, incluyendo más y más, poco a poco… 3334